Vivir ligero

Hola, he vuelto, después de este largo tiempo de estar alejada de mi gran espacio de versos y letras, hoy regreso feliz para contarte todo lo que me trajo hasta este momento.

No sé por dónde comenzar, he vivido tanto en estos casi 10 meses que tendré que resumírtelo un poco.

En este tiempo que me ausenté, sufrí un bloqueo creativo muy fuerte, aunque no se si “sufrí” sea la palabra correcta ya que fue el detonante para poder darme cuenta de que algo no andaba bien en mi vida, pongámoslo como “me enfrenté” a un bloqueo creativo, mejor, menos dramático.

Como comenzó todo…

Me encontraba en medio del bosque (Chipinque), la imagen estaba más o menos así, mujer, 22 años, estatura media, ojeras más oscuras que la noche, pelo un poco despeinado (como de costumbre) y una cara de frustración, llanto y sudor. Ese día fue cuando la vida, el universo, me dieron el golpe de realidad que tanto necesitaba puesto que soy necia y no entiendo hasta que me caigo, pero bueno a veces necesitamos una perspectiva desde otro ángulo así que irme al bosque me pareció una buena opción.

Era el momento de enfrentar la realidad, era momento de la dolorosa y temerosa introspección…

Si llevas tiempo aquí sabrás que una de mis tantas pasiones es correr, pero de un tiempo para acá ya no era una pasión si no una presión más.  Retomando la imagen del bosque y el ser frustrado en medio de él, o sea yo, había decidido ir a Chipinque (Una de las muchas montañas de Moterrey) porque cuando me siento fuera de mi centro o estresada, el bosque en la montaña siempre es una buena idea. Un factor clave de esta anécdota es que la noche anterior me dolía mucho mi pie, no sabía porque, pero me dolía, pero como corredora testadura, me inventé lo siguiente Mañana se me pasa, me tomaré una pastilla para el dolor y con eso basta y claro que no fue así.

Al día siguiente llegué a la montaña, emocionada, lista para meditar, pero sobre todo correr. Comencé mi travesía , pero inevitablemente en el primer kilómetro, mi pie ya me indicaba que era demasiado dolor para correr. Pero no fue suficiente con ese dolor para que me detuviera, el sargento que estaba ahí arriba en mi cabeza comenzó a presionarme –¿Para eso viniste? ¿Para rendirte?, puedes soportar cualquier dolor. ¡Vamos! Aún faltan 20 kilómetros más – y así siguió por unos minutos. 

Después de esta larga conversación con la loca inquilina de mi mente intenté correr, pero era necesario detenerme a caminar.

Bienvenida sea la introspección.

Logré callar mi mente, esa parte que me ponía cada vez más presión y como una vez leí la frase de la autora Karen Blixen “La cura para todo es agua salada: sudor, lágrimas o el mar” y en mi caso contábamos con las primeras dos (lamentablemente no me fui a la playa).

Ahí estaba la clave, detenerme, y no solo hablando de ese día corriendo, sino en mi vida.

Respire hondo, exhalé, y cuando por fin había logrado tener la mente en blanco, llegó una pregunta ¿En qué momento dejé de disfrutar?

Actualmente estamos tan acostumbrados a este estilo de vida rápido, todo pasa en cuestión de segundos (menos el tráfico) y por consecuencia cuando algo no pasa en cuestión de segundos, minutos o días llega la agobiante frustración.

Crecemos con estas ideas preconcebidas que nos dicen que la felicidad reside en el consumismo, cuanto más tengas más feliz serás y no solo hablando de bienes materiales, pero también hablando de metas u objetivos, entre más tengas, entre más cumplas más exitoso serás.  Lamentablemente esto se vuelve un circulo vicioso en donde nunca se llega a un punto de satisfacción porque realmente estamos viviendo la definición de éxito de alguien más, el sueño de alguien más, intentamos vivir la felicidad basados en ideas erróneas y destructivas.

 Parte del problema es que vivimos en este mundo sumamente globalizado, que como hemos visto a lo largo de los años, las redes sociales nos han afectado tanto en el ámbito social como en el personal. Día con día vemos a través de este medio, como viven personas alrededor de todo el mundo, o mejor dicho vemos lo que ellos quieren que veamos. No hablo de que todo nuestro contenido en nuestras redes sociales sea falso sino que solo mostramos lo que queremos y por lo general son cosas “felices”, “positivas”, o solo imágenes de cuando estamos pasando un buen momento, y no tiene nada de malo pero en esos días pesados, en esos días llenos de hartazgo y cansancio, el ver como alguien mas se toma un café en París mientras tu tomas el café malo de la oficina(no es nada personal pero es algo muy común) , se pierden los estribos, nos sentimos encarcelados.

 ¿Cuándo será nuestro momento?

Hace unos meses leí lo siguiente: “El deseo de una experiencia más positiva es en sí mismo una experiencia negativa. Y, paradójicamente, la aceptación de la experiencia negativa de uno es en sí misma una experiencia positiva”. – Mark Manson

Tal vez al leer esto podamos decir ¿Cómo es posible? Si el positivismo consiste en buscar experiencias felices, emanar alegría, tener excelentes días, pero mas bien ese el concepto que creamos, este falso positivismo, en donde se quiere transmitir la idea que debemos de estar felices todo el tiempo, que sonriamos siempre, y como lo dice Mark Manson en el momento en el que no lo obtenemos caemos en la decepción y frustración.  Debemos recordar que la vida no es una constante si no toda una travesía donde hay días en los que nos tenemos que enfrentar a la adversidad, es cuando pensamiento tales como “Esto no es justo” y “Debería ser yo la del café en parís” llegan a nuestra mente, en vez de armarnos de valor y enfrentar la adversidad de la mejor manera posible. Hay que seguir siempre, con o sin ganas.

El verdadero positivismo reside en como enfrentamos la adversidad, como enfrentamos lo que nos pasa, en que lo transformamos, si en vez de verlo como una catástrofe vemos la adversidad como una manera de crecer y sacar lo mejor de nosotros.

Así que, si volvemos a la pregunta que me hice tantas veces “¿En qué momento dejé de disfrutar?” Fue en el momento en el que no quise aceptar que no tenemos el control de absolutamente nada.

 Cuando comprendí que nada está dentro de mi control más que mis emociones, mis acciones y decisiones, empecé a sentir la vida más ligera. Comencé a vivir ligero.

La felicidad no se encontraba en todo eso que creía que era necesario para sentirme plena, no hacía falta el endemoniado café en parís, hacia falta que yo estuviera presente en la vida, que yo estuviera dispuesta a luchar por lo que para mi vale la pena luchar. Era necesario encontrar la paz dentro de mí y en el camino que tengo que recorrer, pero antes de esto era primordial cuestionarme que era lo que YO realmente quería cumplir.

Y una vez haciéndome las preguntas correctas comencé a tomar mejores decisiones,  vinieron los cambios. Me percaté de que cosas eran las que me quitaban mi estabilidad emocional, mi felicidad, que me tenía realmente inconforme, y así fue como realicé una gran variedad de cambios en mi vida, y puedo decirte que después de estos meses de decisiones, lágrimas, sudor y quejidos, estoy en paz y sumamente feliz.

 Aprendí que la gratitud es esencial en este largo camino por recorrer que es la vida, hay que agradecer y agradecernos a nosotros mismos lo mucho que damos para conseguir nuestros objetivos en vez de ver lo que el resto del mundo hace.

Un instante en silencio basta para contemplar la vida y sus placeres, porque todo pasa y nada es eterno, hay que aprender a celebrar la vida y nuestros sueños. Hay que dejar de querer comernos al mundo de un bocado y aprender a saborearlo.  Que, así como hay días buenos hay días malos. Que estamos tu y yo, en el aquí y en el ahora, no hay más que este momento porque hoy es suficiente para conseguir nuestros objetivos.  Hoy tienes las herramientas necesarias para cumplir lo que te propongas.

Aun me cuesta ceder a la idea que no puedo tener el control de lo que pasa a mi alrededor porque el sentir inestabilidad da miedo, pero la vida es esto, como una vez me dijeron: “La vida es como ir surfeando, cada ola es un obstáculo y si caemos no pasa nada porque aún podemos levantarnos y enfrentar la que sigue”

  A fin de cuentas, uno aprende a fluir después de unas cuantas caídas.

Con amor,

Miroslava.

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