Decidí tener un día ligero, solo estando, solo existiendo.
Es sábado, no me preocupo por el lunes, ni el trabajo, hoy sólo pretendo saborear el día.
Llego a un parque, un parque precioso, árboles inmensos, árboles pequeños, hojas por todos lados, olores, sonidos, perros, música.
“¡Bonita!, ¡Bonita!” escucho, me ofendo y desdeñosamente volteo, le hablaba un argentino a su perrita que venía a toda velocidad hacia mí. Tan malacostumbrada me tiene mi país que sonaba como piropo hacia mí.
Busco un lugar para descansar, ya no sé cuánto tiempo llevo caminando y quiero contemplar. Me siento en una banquita de madera, frente a la fuente, con los patos, los gansos, los corredores pasando, y en eso escucho una risita tierna, inocente, una pequeñita me saluda con su manita, — Hola— Le devuelvo el saludo, —Está aprendiendo a saludar— me dice el papá de la niña, la pequeña llamada Camila, saluda a todos sin discriminar, dentro de su inocencia, saluda a los árboles, saluda a los patos, los perros, al cielo y a mí, a la extraña que sonríe viendo como pelean los gansos, contemplando el mundo, tomando un baño de sol.
Voy de regreso sigo mi camino, escucho a Satie, el Gynmnopedie No. 1, y lo único que pasa por mi mente es cuestionarme si esto ¿Será esta una nueva danza desnuda, un nuevo ritmo, una nueva forma de enamorarme de la vida?
Con amor y mucha cafeína encima,
La poetisa viajera.
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