Escritos de un domingo con café frío: La última carta

A mi fiel compañero:

Espero esta carta te encuentre bien, durante estos días silenciosos recolecté una serie de pensamientos que quisiera compartirte, a su vez quisiera que esta fuera mi despedida, una que se quedara contigo para toda la vida.

Compañero, hoy me entiendo un poco más y ahora sé que no conozco de olvidar, solo sé de escribir, escribir desde la entraña hasta que deje de sangrar, hasta que deje de doler, hasta que se quede tatuado en el corazón.

Sabía que el tiempo se nos acabaría, te mentiría si dijera que me tomó desprevenida. Creo que llevo despidiéndome desde hace días, tal vez meses, pero no conozco de despedidas.  Solo emprendo un nuevo viaje, me voy y no regreso, continuo sin mirar atrás. Sin embargo, cuando se trata de mi atesorado compañero, a pesar de que han pasado los días, te puedo recordar sin esfuerzo, tu sabor aún está en mis labios, tu aroma permanece dentro de mí, no te he podido olvidar.  Estoy con los pies a la mitad del mar y no me quiero sumergir.

Me aferro tanto a aquello que me hizo volar y cómo sería fácil despedirme del lugar donde probé la magia de renacer y creer, donde mi corazón encontró un lugar seguro por un tiempo.

Y a pesar de todo, hoy quiero recordar, la profundidad de nuestro lazo, de aquello que un día nos unió antes de hacernos cenizas. Le pido un respiro al dolor y a la tristeza, un calor que me alivie del frío que es perder, que se siente al extrañar.

Hoy es domingo, y es un domingo donde te echo de menos, donde quisiera contarte cada extraña idea que recorre mi cabeza.

Como bien sabes los domingos son esos días especiales para mí, los vivo diferentes; a veces sencillos, a veces complicados, pero así me gusta vivir.  Y hoy, este domingo sabe a una melancolía eterna, esa que acongoja el corazón, esa que es más dura en un domingo.

El café no sabe igual, y no te lo puedo contar.  Estoy bailando al ritmo de una nueva melodía y no estás aquí para escuchar.  Aún recuerdo tu risa, aún recuerdo como nos reíamos de la mía.

¿Recuerdas que te hice prometer quedarte para siempre en mi vida?

Contigo lo tuve todo y al mismo tiempo no tenía nada.  Esa era la incoherencia al vivir en lo efímero y atemporal de nuestra complicidad.

Durante estos días que han pasado he comprendido ciertas cosas, otras tantas siguen en una neblina profunda, hay heridas aun abiertas y dolores repentinos.

De lo que tengo claridad, estimado y lejano amigo, es que he aprendido de atesorar y de soltar. Atesorar lo que se tuvo y soltar lo que ya no es parte de nuestro camino.

 Dejé de culpar al tiempo de inoportuno, porque si algo se siente que se comienza a disipar en el espacio no es culpa del tiempo sino de dos personas que su historia ha terminado. Y hoy el fuego y el olvido han comenzado a devorar las páginas de nuestra historia y observo a mis manos en sus intentos fallidos de salvar nuestras memorias, como papeles que flotan en el cielo. Lo que no pudo ser.

He aprendido que se tienen que vivir los momentos sin pensar que eventualmente ya no estarán, hoy revivo los nuestros y sé que ya no volverán, pero que exquisita era la magia que habitaba entre nosotros.

También aprendí que nada es eterno y que para todo absolutamente todo hay una primera vez.  Que las personas que nos acompañan en nuestros caminos no siempre lo estarán y que cuando se van se siente su ausencia, una que fractura al corazón.

Eventualmente las heridas sanarán y el corazón se reparará.

Ahora entiendo, que todo aquel que entra a nuestra vida llega para dejarnos algo, para enseñarnos, para darnos algo y eventualmente llega su tiempo de partida y es cuando debemos soltar. Sin embargo, hay personas tan únicas que son irremplazables e inolvidables. Y esa es la magia con la que caminan y recorren nuestras vidas, con la que acarician nuestras heridas.

Creo que con esta última carta solo quisiera agradecerte, por todo eso que me disté cuando coincidimos en el mismo camino, por todo lo que aprendí contigo.

Te agradezco por haberme enseñado a ver la vida con otros ojos, por enseñarme a verme a mí con los tuyos.

Por derrumbar con tanta delicadeza el muro que había construido con todas mis fuerzas y te abrí las puertas y te dejé entrar por completo a lo que soy, lo que me compone. Ahora me río de la ironía, al ser yo la que quería navegar y sumergirme en tu mar sin embargo fuiste tu quien gozó de un paseo sempiterno en mi complicado y caótico universo.

Te agradezco, por haberme enseñado que existen otro tipo de recuerdos y memorias que se pueden tatuar sin tinta en la piel.

Por enseñarme a bajar la guardia y las murallas para permitirme saborear lo cálido y extraordinario que puede ser tener una compañía en la lejanía.

Te agradezco por el fuego y el invierno. La tormenta y la calma.

Sólo sé despedirme con versos y poesía, así que esta es la última carta, las palabras y todo aquello que quiero guardar para la eternidad.

Hasta volvernos a encontrar en esta o en otras cien vidas más.

Con amor por última vez,

La poetisa viajera.

2 comentarios sobre “Escritos de un domingo con café frío: La última carta

Agrega el tuyo

    1. I think it might be because I completely empty my heart into each writing and that makes it feel personal. Or maybe if you are part of my universe it carries parts of you. What is true is that once these posts are published they cease to be mine and become the reader’s.

      Greetings!

      Miroslava

      Me gusta

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Web construida con WordPress.com.

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: